Todo un mito del erotismo cinematográfico nació en esta cinta checa dirigida con vocación tal vez un punto demasiado metafórica por Gustav Machatý --quien retomaría el tema de la niña-mujer en la hollywoodiense Conquest (1937). A diferencia de la Maria Walewska interpretada por una Garbo con más de 30 años de edad, la antiheroína de Ekstase es muy propia: responde al nombre de Eva (cómo no) y la encarna, sin más sutilezas que las de la inescrutable psicología femenina, Hedy Kiesler, de 18 años de edad. (Kiesler, que ya había participado en otras cuatro películas desde 1930, haría su debut americano como Lamarr en Algiers, de 1938, interrumpiendo un hiato profesional de cinco años.) Con su extraña belleza de rasgos pasionales y su núbil apariencia, la intemporal Kiesler (gestos de actriz silente y todo, acaso más "natural" que en futuros trabajos) sabe transmitir la insatisfacción de su personaje, una jovencita ranchera (entre Constance Chatterley y los designios sexuales de una ninfa de Lars von Trier) cuyas ecuestres veleidades afectivas la convertirán en poco menos que una femme fatale con inútiles remordimientos de consciencia.
domingo, 29 de diciembre de 2013
lunes, 2 de diciembre de 2013
Natalie Wood: The Green Promise (1949)
En esta valiosa película con mensaje, la
pequeña gran Natalie Wood (11 años de edad) interpreta a Susie, la soñadora
hija menor de un granjero tiránico (Walter Brennan) cuyo gobierno familiar
ostenta el conveniente disfraz de la democracia. Tal patriarcado se verá
remecido por la consciencia ética, de raíces bíblicas señaladas en el título,
de su nueva comunidad de vecinos, sobre todo cuando Abigail, la hermana mala
(una de esas niñas echadas a perder que antagonizan de lo lindo en el melodrama
americano), alimente el conflicto al acusar la desobediencia de la hermana
mayor, Deborah, quien con Susie es apoyada por el joven representante de la ley
en el pueblo. El actor clave de films como Rio Bravo y My Darling Clementine es
puntualmente convincente y la futura estrella de Rebel Without a Cause poco
menos que adorable en esta bucólica, amable cinta --cuyo rodaje, no obstante, marcaría la vida de Natalie, con una pulsera característica y un no menos perenne (y trágicamente premonitorio) miedo pánico a las aguas profundas-- que vale la pena rastrear.
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jueves, 7 de noviembre de 2013
Brad Renfro en The Client (1994)
El año
2008 no sólo vio la desaparición de Heath Ledger por culpa de sustancias
químicas tan peligrosas, sino que también quien fuera niño prodigio de
Hollywood, Brad Renfro, moría debido a las malditas drogas, aunque de manera
totalmente oscura, tristemente olvidado e inclusive repudiado por su propia
comunidad. Al caer en la espiral irreversible de su autodestrucción, Renfro
perdió su brillante porvenir y finalmente su vida, después de desvanecerse en películas
que nadie conoce o quiere conocer, quien había protagonizado uno de los mejores
debuts del cine. Los Oscars que justamente honraron la memoria de Ledger,
eligieron olvidar a este otro talento que también había hecho historia.
Basada
en una novela de John Grisham, The Client permanece como una de las más
interesantes cintas inspiradas en el autor, y como uno de los logros de un
director tan irregular como intrigante, que tal es Joel Schumacher, realizador
a quien debemos un título como The Lost Boys. En Memphis, el secuestro y
asesinato de un senador por la mafia dispara acontecimientos que cambiarán las
vidas de una madre soltera, sus dos pequeños hijos, y la abogada que se hará
cargo de uno de ellos. Schumacher rueda la trama judicial y detectivesca
explorando las clases sociales, las tipologías, los acentos, el ambiente en
conjunto sin que éste obstruya el potencial de aventura, de riesgo, de
confrontación siempre humana que circula en el torrente sanguíneo de un relato asentado
en aspectos definitivamente sórdidos, de todo lo cual sabe aprovechar lo más
beneficioso para la cinta. Como en su famosa adaptación de A Time to Kill (otro
libro de Grisham), las emociones más básicas y las interpretaciones actorales
se encuentran al servicio de una serie de eventos que nos descubrirán un ángulo
con suerte inédito, angélico y demónico casi a un mismo tiempo de nuestra
propia naturaleza. Y es, entre maestros del drama como Susan Sarandon y Tommy
Lee Jones, el pequeño Brad Renfro quien tiene la responsabilidad de llevar la
carga de toda esa experiencia sobre sus hombros, de tal suerte que el
espectador pueda maravillarse ante la fortaleza admirable que una conmovedora
actitud de tough kid esconde en el corazón.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Robert Duvall es Stalin
El hombre de acero de la URSS, aquella ilimitada
nación diezmada y aterrorizada y asfixiada durante años como siglos, fue en
primer lugar un horrible marido, padre y amigo. No estamos refiriéndonos a
Superman, por supuesto, sino a Josef Stalin, alguien a quien el calificativo de
anticristo parece quedarle todavía mejor que a su par Hitler: por algo aquél
asistió a un seminario en su oscura juventud. El actor de actores que siempre
ha sido el protagonista de The Great Santini (1979) y The Apostle (1997), “infame” por
celebrar el olor del napalm de las mañanas pesadillescas en Vietnam (Apocalypse Now, 1979), recurre
para su caracterización de tan diabólica figura histórica a su muchas veces
desapercibida delicadeza intelectual, la misma que hizo emotivamente
inolvidable su debut como Boo Radley en To Kill a Mockingbird (1962) y un tour de
force casi invisible su necesario consigliere de The Godfather (1972). El monstruo
inefable que representa en este docudrama de HBO (televisado inicialmente en 1992) es zafio y violento y
estentóreo, pero nunca empuña el arma homicida y finalmente cae en la espiral
escatológica de sus propios embustes maquiavélicos y sádicos delirios
paranoides. Habría que agregar que, no es culpa de la sofisticación de Duvall
pero, y no obstante la vocación de veracidad evidente en la producción, este
hijo de puta era, fue, mucho peor. Indecible.
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lunes, 19 de agosto de 2013
John Houseman en The Paper Chase (1973)
2 de Abril de 1974: Houseman recibiendo el Oscar de manos de la hermosa Cybill Shepherd
Allá por los primeros ochentas, las
televisiones latinoamericanas transmitían una serie llamada, en Perú, Alma
Mater, cuyo episodio piloto no oficial sería este filme --así como Fame (1980), la
gran película de Alan Parker estelarizada por el inolvidable Barry Miller, lo
fue de la multigalardonada y popular teleserie homónima. Ambientada en los
dorms de Harvard y sus bibliotecas y círculos de estudio --más precisamente, su
Facultad de Derecho--, el guionista y director James Bridges (también
responsable de, por ejemplo, aquella delirante e igualmente memorable oda a
Jimmy Dean titulada September 30, 1955) se beneficia del superficial e
inmediato atractivo que sobre el público gozan los claustros universitarios
debido al fenómeno aún tan reciente de Love Story (1970), para, sin embargo, sumergir
al espectador en una experiencia cuya distancia académica o frialdad
estilística la acerca en teoría más a una idiosincrasia británica, distancia que será
cubierta progresivamente hasta culminar en un satisfactorio, y sorpresivamente
emocionante, clímax siempre en el tono aparentemente quedo e intelectual del
conjunto. La en realidad elegante y juvenil película destaca, entre otros motivos, por sus finas
actuaciones: más aun que las del pseudo-hippy all-american boy hero de Timothy
Bottoms y la bella y enigmática Lindsay Wagner, se impone el Profesor
Kingsfield, compuesto por el legendario John Houseman (productor de Citizen
Kane, y ganador del Oscar al Mejor Actor de Reparto por este rol, que
prolongaría en las cuatro temporadas de la premiada teleserie), como un
pequeño triunfo del sentido del humor (por minimalista que éste sea) sobre las
adversidades de la discreción.
martes, 6 de agosto de 2013
Mario Adorf en La mala ordina (1972)
“Luca
Canali": notable tour de force
El estupendo filme criminal del maestro del
género Fernando Di Leo se mantiene justamente como uno de los más clásicos e
influyentes neo-noirs, con un impacto indiscutible en la obra de cineastas de la
posmodernidad tan universales como Quentin Tarantino: no hay más que iniciar el
metraje para conocer inmediatamente a los dos matones (Woody Strode y Henry
Silva) ad portas de un viaje a Italia que el espectador verá reflejado en su
propia experiencia adentro de una narrativa irresistible. Como el insólito
protagonista de esta visceral jornada ejecutada con brío sostenido y vibrantes brochazos
de acción y suspenso, un Mario Adorf (el Luca Canali, insignificante y bravucón
proxeneta milanés, que es a la vez objetivo de los gangsters y víctima de una
confabulación de ribetes finalmente casi cósmicos) de pronto vulnerable y
progresivamente transparente a las más personales emociones de la audiencia, para
la cual se convierte en el centro humano de un vórtice sorpresivamente
kafkiano, realiza (probablemente) la mayor labor dramática --trágica-- de su carrera
histriónica, y sin por ello traicionar un ápice su vulgar, cómica, matizada,
terrestre persona estelar: un estilo usualmente
más bien antagónico, que, así aprovechado por un Di Leo próximo a Leone, paga y
con creces, como el de su compañero Gastone Moschin en la igualmente brillante
(aunque acaso menos admirablemente sencilla, fluida e indignante) Milano calibro 9, estrenada a inicios del mismo año. No se lo pierdan.
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sábado, 20 de julio de 2013
George Clooney en From Dusk Till Dawn (1996)
Los hermanos Gecko: QT y "Seth"
Este experimento intergenérico sigue siendo sorprendente,
y, como antes, no siempre por sus cualidades positivas --que las tiene. Por el año
que Pulp Fiction debió ganar el Oscar a la Mejor Película de 1994, Quentin
Tarantino aparecía no sólo como coprotagonista, sino también (para alivio de la
Academia) como autor absoluto del guión de un inefable relato que podríamos
describir como una road movie con paradero en el mismísimo infierno. Cuando la
vi por primera vez, más cerca de su estreno, la secuencia introductoria me
impactó como un clásico instantáneo de Tarantino, y no me cabía duda de que él
mismo la había fotografiado; tal es la fuerza de su estilo como escritor,
puesto que ahora me parece evidente que aquélla y (más particularmente) todas
las demás escenas muestran el estilo relativamente inferior, individualmente
chicano, del muy respetable Robert Rodriguez --siguiendo las señas
técnico-creativas de su compadre, eso sí: para muestra, el típico plano
subjetivo desde el baúl de un automóvil es más que suficiente. Lo cierto es que
From Dusk Till Dawn empieza como una película de gangsters, y conforme progresa
su atmósfera se torna incierta y enrarece hasta desatarse el pandemónium:
inclusive la frondosa voluptuosidad de Salma Hayek, en un tentador baile
merecidamente reclamado para las antologías, lleva ese nombre. El creador de
algunos de los films más importantes de nuestro tiempo interpreta a un enfermo
psicosexual, y, considerando el nivel creativo al que se somete a sí propio en
este entramado, lo hace demasiado bien, galones de sangre y fetichismo del pie
femenino como rúbrica innecesaria o excesiva. El hasta hacía poquísimo Mr.
White, un barbado y envejecido Harvey Keitel, pierde su carnet del Actors
Studio, en lo que se me antoja una parodia etílica del bad lieutenant que bordó
para Abel Ferrara. Juliette Lewis, la faz aniñada y el talante maduro, tampoco
conserva la calma, y, aunque se atreve con la perversión prístina que enturbia
sus papeles desde Cape Fear, casi nos hace olvidar a su Mallory tarantiniana. Los
heroicos Fred Williamson y Danny Trejo lucen casi deplorables; no se salva ni
Salma, pues ella es la primera en desgarrar la realidad ficticia y vestir la
carnaza vampírica: vampiros de verdad, dirán a estas alturas muchos
(rescatando la ironía “crepuscular” del título en castellano), pero vampiros
sin estilo, desgañitados, monomaníacos y con ganas de una Sal de Andrews que
nos quite la indigestión. (En mi visionado original, no había cómo convencerme
de que la familia del Conde Drácula en pleno no tomaba el asunto por asalto ni
bien finalizada la introducción, cuando en verdad el destripe empieza a la
mitad.) No obstante todo esto que hemos dicho --y solamente respecto al
elenco--, y entre otras acaso demasiado infrecuentes bondades de una cinta que
debe de ser un gusto adquirido en toda regla para sus presuntos adeptos --y
que, de todos modos, me ha parecido bastante mejor que antaño--, George Clooney
utiliza su clase y su presencia como recursos interpretativos para llenar de
entidad a su (tarantinamente nominado) Seth Gecko, un criminal consciente de su
equilibrio privado, de su fortaleza, de su profesionalismo, de su
responsabilidad, pero también de su humanidad imperfecta, y acaso también de predicar
lo cool transcrito en Clooney.
Plus: Sólo una estrella de su calibre posee el autocontrol requerido para evitar la visión de un trasero cimbreante como el de Salma.
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sábado, 6 de julio de 2013
Jean-Pierre Léaud en La maman et la putain (1973)
1973 fue un año
especial para el eterno Antoine Doinel. Aquélla fue la temporada de El último
tango en París, escándalo en el que compartía tiempo de pantalla con Maria Schneider,
pero sobre todo --aunque ninguna escena-- con un titánico Marlon Brando a la
altura de su propia leyenda, bajo la dirección fotográfica (que no dramática)
de Bernardo Bertolucci, un cineasta grandísimo cuyo método, sin embargo, era
tan europeo e irónico como el del veterano Léaud. Después de Los cuatrocientos
golpes, y en una vena menos típica que la del Tango, no obstante, el soberano
triunfo del actor francés sería otro filme de naturaleza, llamémosle así,
filosófico-erótica (si podemos comprender un erotismo político, más intelectualmente
efectivo en su capacidad destructiva o subversiva que el solitario amago de
pornografía casi metalingüística practicado por Brando con mantequilla), donde
su monumental interpretación protagónica sí lograría representar a esa otra
escuela actoral (la de la Nouvelle Vague, en oposición al Método del Actors
Studio), aunque siempre por debajo de su inigualable trabajo infantil con
Truffaut --hey, el inmortal Brando será el mayor histrión del mundo, pero
Antoine Doinel, con toda su vulnerable dureza, tenía que crecer para medirse
con él.
En la aclamada y controvertida película de Jean Eustache, el
pasoliniano y sufrido héroe ocioso de Léaud es un narcisista artista del
pensamiento, un monologante púgil dialéctico enamorado de las contradicciones
primorosas de la vida y de la paradójicamente existencial vocación amatoria de
las mujeres, criaturas ya entonces poco menos que enigmáticas. El previsible
ménage à trois (la morena Bernadette Lafont y la rubia Françoise Lebrun lo
completan) es mucho (muchísimo) menos un clímax físicamente provocativo que el
lírico remate de una larguísima disquisición reflexiva sobre la
(in)comunicación y su cíclico contexto histórico-social, un debate vigente que todavía
interesará a los cinéfilos militantes.
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viernes, 17 de mayo de 2013
Ryan Phillippe en Little Boy Blue (1997)
East of Eden no es...
Una de las películas memorables que vimos en la década
del resurgimiento del cine independiente americano fue este drama sureño,
sórdido y conmovedor, donde todo es peor de lo que parece y con todo lo último
que se pierde es la esperanza. Ryan Phillippe, en su juventud propiamente
híbrida entre Brando y Jimmy Dean, es Jimmy West, un adolescente bello como un
poema y escindido ante la disyuntiva de un futuro en la universidad y junto a
su novia Tracy, o congelado para siempre dentro de la pesadilla familiar. Su
padre es John Savage, un veterano de la guerra del Vietnam, quien lo obliga a
acostarse con su madre, Nastassja Kinski. Sus pequeños hermanos son lo único
que lo retiene en este pequeño pueblo texano olvidado de Dios. Además de
Phillippe, el guión y la puesta en escena, el contemplativo montaje, que permite
sentir el paso del tiempo y la zozobra del calor, infunde la sensación de
peligro inminente por razones que escapan al destino más ordinario en esta
profundamente triste y contenida parábola de las miserias humanas.
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martes, 23 de abril de 2013
María Félix en Incantesimo tragico (1951)
En esta recóndita producción rodada en los legendarios
estudios de Cinecittà, la Doña vuelve a ser (cómo no) una femme fatale, pero
esta vez se hace mucho más nítida, si cabe, la raíz demónica del tipo. La atmósfera que
envuelve a la rural y añeja casa dieciochesca a donde va
a parar --cual turista accidental en los áridos parajes de unas mediterráneas
Cumbres borrascosas-- gracias a su casi apresurado casorio con el apuesto (pero
pobre, y luego, peor, emocionalmente distante) príncipe campesino que
incorpora Rossano Brazzi, es de horror gótico a lo Mario Bava --la guinda siendo
un soundtrack descaradamente espeluznante, como de órgano en misa negra
presidida por Karloff. Y además la historia ayuda: la vanidosa Oliva (Félix)
resiente desde un inicio la indiferencia de su esposo y la hostilidad de su
suegra y la vida encerrada al aire libre de la agreste montaña, pero todo se agrava
como en una pesadilla sibilina cuando el viejo patriarca (el también grande Charles Vanel) descubre por casualidad
un antiguo tesoro maldito en una tumba morisca --que recuerda, premonitoria,
los ruinosos escenarios sacrílegos de The Omen; por casualidad, ya que en esta película las coincidencias son
sospechosamente inteligentes. Entonces, un encantamiento por obra del mismísimo
Diablo se apodera de la retirada familia, con funestas y pertinentes
consecuencias. La diva mexicana interpreta a su propio personaje en el doblaje
al español, pero su trabajo impresiona aun más por su ideal presencia en
ciertas escenas (como aquélla, de oportuna lucidez, en la cual cree verse a sí
misma en la piel de la mujer retratada en la miniatura del prohibido medallón,
retornando de entre los muertos envuelta en los haces lujuriosos de una
engañosa visión a plena luz de día). Completan el reparto Massimo Serato como el hechizado Berto, un intrigante Giulio Donnini y las hermanas Emma e Irma Gramatica (ésta última en el rol de la espectral y clarividente abuela).
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jueves, 4 de abril de 2013
Jennifer Connelly en Phenomena (1985)
Oh little Jenny: Jennifer Connelly es Jennifer Corvino, la desarraigada princesita amiga de los insectos
Como
Suspiria, una obra maestra del horror inspirada en Snow White and
the Seven Dwarfs, este giallo fantástico
de Dario Argento relata un “cuento de hadas” destilado en estilístico aquelarre:
una niña americana viaja a Suiza para estudiar en un exclusivo college, sin
prever las consecuencias que a su arribo tendrá la colisión de dos factores: la
serie de grotescos asesinatos sin sentido que se están cometiendo en la zona
misma del internado, y la paranormal conexión íntima de la joven estudiante con
toda clase de bichos (moscas, abejas, gusanos, etc.). Una de las bellezas más
talentosas del cine protagoniza esta onírica fábula y condensa la secreta ternura
de su trama --que no su inescapable, subterráneo, diabólico pánico: Jennifer
Connelly, a sus frescos 12 años y pico, había sido descubierta por el gran Sergio
Leone en Once Upon a Time in America, y ahora, Lolita en ruta por las Europas
(por supuesto, el equipo de rodaje no salió de Italia), se encontraba ella
misma como su personaje, en tierra extraña y ultramarina, en un continente
llamado Argento --¿o es Argentina?--, en una especie de summa personal matizada
de referentes dialógicos; entre Carrie, el Hitchcock de Psycho, y los
incestuosos delirios nabokovianos del más sofisticado primo mediterráneo no
reconocido de Cronenberg, sin embargo, la núbil actriz supo imponer el
sortilegio de la divina armonía. Desde la sublime interpretación de Henry
Thomas en E.T. the Extra-Terrestrial (y la injusta sustitución de E.T. por Elliott aquí sólo es debida a razones de especie) dos años atrás, probablemente no surgiese
una imagen infantil/adolescente con la fuerza poética de esta “(Little) Lady of
the Flies”, simbólica y carnal sublimación sexual injustamente menos valorada
hoy en día al igual que la satisfactoria pieza, con adecuado hedor a azufre, que
estelariza*. No sólo la pequeña Jenny llevó a cabo una labor aun físicamente
arriesgada (observen la escena de sonambulismo en plena carretera nocturna, con
esos raudos automóviles embistiéndola una y otra vez, para la cual se
prescindió de una doble de cuerpo), sino que su rica interacción con un Donald
Pleasence entomólogo e inválido --y su inolvidable mona enfermera--, el temple
de su maduro carácter y, en general, la capacidad para enfrentar ese resabio de
misoginia que contribuye a dar más profundidad a la arquitectura pesadillesca
del decadente arte (aunque algunos digan “artesanía”) de Argento, donde la
perversión criminal es la tragedia y la catarsis hechas lúcida y freudiana (y,
en este caso, a lo Bava, a lo Fulci, visceralmente gore-ish) ficción, son todas
cualidades de una actriz más que notable en la flor de su feminidad humana y
profesional.
miércoles, 27 de marzo de 2013
Christian Bale en The Machinist (2004)
En una de las proezas actorales más
especialmente encomiadas de los últimos años, Christian Bale es Reznik, un
insomne lector de Dostoevsky a quien empiezan a sucederle situaciones
peligrosas e incomprensibles en la fábrica donde trabaja. Para interpretar al
paranoide protagonista consumido por 365 noches en vela y una culpa
sostenidamente oscura e inmarcesible, el musculado (y sobresaliente) intérprete
de American Psycho y Batman Begins luce el físico de un prisionero de
Auschwitz o de una víctima terminal del VIH --De Niro who? Curiosamente, Jennifer Jason Leigh (a quien su rol en este
filme le debe de salir tan natural después de su antológica Tralala en Last
Exit to Brooklyn) lo considera su cliente predilecto, y hasta la española
Aitana Sánchez-Gijón lo favorece --y su pequeño hijo parece estar conforme. El
inquietante Michael Ironside también aparece en un personaje clave. Pero lo
cierto es que esta psicologista producción anglo-hispana le pertenece a Bale (cuyo
conmovedor tour de force alcanza un clímax de lucidez y emoción profundamente
humanos), y en el apartado técnico a la sombría fotografía de cuidados colores apagados
de Xavi Giménez.
lunes, 18 de marzo de 2013
Branka Katić en Crna mačka, beli mačor (1998)
Branka, más modosita, en la teleserie Big Love
Gato negro, gato blanco es una de las obras cumbre de Emir
Kusturica, y probablemente también una de las mejores comedias de su década. Esta
épica surrealista, desenfrenada y esperpéntica ambientada en el mundo delictivo
de la gitanería serbo-croata --al igual que aquella inolvidable, traumática inmersión
en el realismo mágico de los Balcanes llamada Tiempo de gitanos (1988)-- cuenta con la
genialmente desbordante actuación de Srdjan Todorovic como el desmadrado gánster Dadan, una
banda sonora plena de la música más festiva y exquisitamente exótica explayada
en imágenes de pura imaginería felliniesca e incontinencia tremendista como
poquísimas veces han turbado los sentidos desde una pantalla, y, muy
especialmente, la maravillosa belleza indeleble de Branka Katić como la silvestre, milagrosa, luminosa Ida --entre otros atractivos de un título que no puede pasar
desapercibido para nadie tocado por la ensoñación del celuloide.
"Ida" y el afortunado Florijan Ajdini en una escena del film
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lunes, 4 de marzo de 2013
Noah Calhoun que estás en los cielos
Sans los cisnes: Rachel McAdams (Allie) y Ryan Gosling en The Notebook
Aún recuerdo aquella biografía en E! donde A.
J. Benza, Vincent Gallo y otros celebraban la singularidad de Mickey Rourke:
¿Qué habría sido de uno de los mitos actorales del cine americano de los
ochentas si, en plan fatal a lo Jimmy Dean, la vida hubiese terminado al cabo
de rodar The Pope of Greenwich Village (1984)? Rourke es más que un actor, como
Travolta, y Gallo afirmaba que ya le gustaría a Sean Penn ser Mickey Rourke.
¿Qué tal, me pregunto ahora, si Penn hubiera muerto unas semanas antes del
estreno de At Close Range (1986)? ¿Si River Phoenix hubiese caído a la salida del Viper
Room de Johnny Depp a sólo horas de la premiere de Running on Empty (1988)? ¿O Depp
acribillado por la policía después de destrozar su cuarto de hotel ya
finalizada la fotografía principal de Don Juan DeMarco (1995), o, antes, de un
prematuro ataque al corazón por lo que él consideraba la vergonzante calidad de
21 Jump Street? ¿DiCaprio demolido por una de sus habituales juergas
adolescentes en plena Leomanía a causa del Titanic? ¿Si la conspicua quijada
que hizo de Rob Pattinson una estrella internacional se hubiese dejado caer en
la misma premiere de Twilight (2008), víctima de alguno de sus indignados críticos,
insospechadamente psicótico? Alguien habría podido observar en voz alta que, a
diferencia de la insólita belleza de rasgos extraños como de otro mundo de
Edward Cullen, River era tanto más que una soberbia mata de cabello que es aun
insultante recordarlo --un pelo el de River que era parte integral de su
trabajo (y lo fue en el film de Sidney Lumet), no obstante--, e incluso Noah
Calhoun resulta injustamente el verdadero héroe romántico olvidado por las
veleidosas quinceañeras con sólo un lustro más de vida encima. Y entonces sí,
se nos ilumina el pensamiento: el género de las chick flicks es salvaje de
corazón (por algo la frase es de Tennessee Williams), sino miren, pues, a Ryan
Gosling en probablemente el único gran clásico de su filmografía. The Notebook (2004) fue y es todavía y acaso siga siendo indefinidamente un gesto de auténtica rebeldía
en los tiempos de una posmodernidad muy frecuentemente cínica y descreída, amén.
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