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sábado, 24 de octubre de 2015

Al Pacino: Danny Collins (2015)

"Love, John & Yoko"

Pacino, uno de los más grandes actores del siglo XX, persevera en su arte de tal manera que, a este paso, no debería ser nada sorprendente que se convirtiera también en uno de los más grandes actores del siglo corriente. Sus greatest hits demuestran esa tan elusiva, más infrecuente de lo que a veces nos permite ver nuestro entusiasmo presto a las novedades, combinación de pasión personal y sintonía universal que sólo unos cuantos elegidos (Brando, Nicholson, De Niro) han plasmado en fotogramas: The Godfather, Serpico, Dog Day Afternoon, Scarface, Sea of Love... Poniéndonos exigentes --y éste es un momento adecuado, vamos--, ni el protagonista de Taxi Driver ha sabido retar al espectador de un modo consistente, en el cual el amor a la actuación como forma de vida toma el lugar central. De Shakespeare al Actors Studio, la insuperable excelencia de Pacino es una luz que, exhausta en su relumbre a lo largo de la historia, vuelve su fulgor hacia sí misma; en su devoción obsesiva, esa cualidad de increíble humildad, el legendario actor incorpora a una veterana estrella del rock cuyo más emblemático disco inmediatamente nos remite a Tennessee Williams y Elia Kazan --es decir, nos sigue hablando de lo que él en verdad considera la más elevada de las artes: la interpretación dramática.


Collins, personaje autorreferencial donde los haya, asimismo confirma la habilidad infinita del camaleónico Pacino a la hora de crear sobre la vida, recordándonos por qué es probablemente el demiurgo por antonomasia del Método. Entre Neil Diamond y Leonard Cohen, el estilo confesional de Collins se ha estancado por demasiado tiempo cuando lo conocemos, y su manager y mejor amigo (Christopher Plummer) le obsequia un regalo de cumpleaños que cambiará su vida: a los 73, el cantante se entera de que John Lennon alguna vez le escribió una carta, después de leer una de sus primeras entrevistas en 1971. Esto lo lleva a reevaluar una biografía disipada, ahogada en las desmesuradas autoindulgencias y los vicios sedantes inmediatamente reconocibles: drogas, mujeres, lujos incapaces de satisfacer o darle un sentido, siempre esquivo, a su aparentemente privilegiada existencia. Pero, además, Danny tiene un hijo con quien nunca se ha relacionado. A pesar de sus características superficiales o sus trilladas convenciones, el drama cómico-musical (con nueve obras de Lennon y el debut vocal de su maduro héroe) posee la principal virtud de girar en torno a Pacino --secundado por Plummer, Annette Bening, Bobby Cannavale y Jennifer Garner--, ofreciéndonos una de las más laudables labores en esta más reciente etapa de su filmografía. 4/5


jueves, 10 de enero de 2013

Al Pacino: Insomnia (2002)


Un film de Christopher Nolan protagonizado por el otrora shakespeareano Michael Corleone, un Pacino arrugado, encanecido y (más) encogido (si cabe), y para siempre Richard III, para siempre esencial y compungido por la expiación tortuosa de los crímenes que la caprichosa fortuna le acredita, ya sean los estrictamente familiares de un policía de raza (Heat) como los trágicos malabares infrecuentes de ilusionismo que a veces, antes de nuestro desenlace, puede jugarnos la mente. Puede juzgarnos la conciencia. Pacino con esos ojos lánguidos de Tenorio siciliano (adepto a Gardel) más abiertos que nunca. Y la humanidad imperfecta, débil, vulnerable a la cegadora lucidez del cosmos, blanca luz solar de la Alaska nocturna para un Al inquisitivo.

El otrora hermano sexy de Dustin Hoffman --corrían las tardes de perro y la asociación popular con De Niro todavía no opacaba aquélla (por la talla, por la nariz) con la estrella de Midnight Cowboy-- ha sido un histrión capaz de conmover a las piedras en films como el aludido y Serpico, ambos rostros de una moneda como la jugada por el trágico Aaron Eckhart/Harvey Dent de The Dark Knight. El Pacino delincuente, advenedizo y desesperado cual el novio de Chris Sarandon, o des-al-mado y nunca desarmado como Tony Montana; Al Pacino persiguiendo a su hermano malo De Niro porque es su trabajo y su trabajo es su vida, o víctima de un insomnio sarcástico (el policía que interpreta se apellida Dormer) e inevitablemente metafórico (Nolan hizo antes Memento y después The Prestige, y, sea dicho de paso, estudió el film de Michael Mann, como puede constatarse en el robo al banco por Joker) que ejerce de karma y termina costándole la vida --mientras practicaba un trabajo para el cual nunca se halló tan cualificado, más allá de los contratiempos morales, como el obseso pero disciplinado (enajenado de sus obligaciones familiares que no de sus sentimientos humanos, aunque a veces parezca un autómata con placa) agente O'Hara de Heat.