jueves, 4 de abril de 2013

Jennifer Connelly en Phenomena (1985)

Oh little Jenny: Jennifer Connelly es Jennifer Corvino, la desarraigada princesita amiga de los insectos

Como Suspiria, una obra maestra del horror inspirada en Snow White and the Seven Dwarfs, este giallo fantástico de Dario Argento relata un “cuento de hadas” destilado en estilístico aquelarre: una niña americana viaja a Suiza para estudiar en un exclusivo college, sin prever las consecuencias que a su arribo tendrá la colisión de dos factores: la serie de grotescos asesinatos sin sentido que se están cometiendo en la zona misma del internado, y la paranormal conexión íntima de la joven estudiante con toda clase de bichos (moscas, abejas, gusanos, etc.). Una de las bellezas más talentosas del cine protagoniza esta onírica fábula y condensa la secreta ternura de su trama --que no su inescapable, subterráneo, diabólico pánico: Jennifer Connelly, a sus frescos 12 años y pico, había sido descubierta por el gran Sergio Leone en Once Upon a Time in America, y ahora, Lolita en ruta por las Europas (por supuesto, el equipo de rodaje no salió de Italia), se encontraba ella misma como su personaje, en tierra extraña y ultramarina, en un continente llamado Argento --¿o es Argentina?--, en una especie de summa personal matizada de referentes dialógicos; entre Carrie, el Hitchcock de Psycho, y los incestuosos delirios nabokovianos del más sofisticado primo mediterráneo no reconocido de Cronenberg, sin embargo, la núbil actriz supo imponer el sortilegio de la divina armonía. Desde la sublime interpretación de Henry Thomas en E.T. the Extra-Terrestrial (y la injusta sustitución de E.T. por Elliott aquí sólo es debida a razones de especie) dos años atrás, probablemente no surgiese una imagen infantil/adolescente con la fuerza poética de esta “(Little) Lady of the Flies”, simbólica y carnal sublimación sexual injustamente menos valorada hoy en día al igual que la satisfactoria pieza, con adecuado hedor a azufre, que estelariza*. No sólo la pequeña Jenny llevó a cabo una labor aun físicamente arriesgada (observen la escena de sonambulismo en plena carretera nocturna, con esos raudos automóviles embistiéndola una y otra vez, para la cual se prescindió de una doble de cuerpo), sino que su rica interacción con un Donald Pleasence entomólogo e inválido --y su inolvidable mona enfermera--, el temple de su maduro carácter y, en general, la capacidad para enfrentar ese resabio de misoginia que contribuye a dar más profundidad a la arquitectura pesadillesca del decadente arte (aunque algunos digan “artesanía”) de Argento, donde la perversión criminal es la tragedia y la catarsis hechas lúcida y freudiana (y, en este caso, a lo Bava, a lo Fulci, visceralmente gore-ish) ficción, son todas cualidades de una actriz más que notable en la flor de su feminidad humana y profesional.




*Me refiero, por si hace falta decirlo, a la actual apreciación de la tierna Jennifer de esta película. La de otras (la bastante después oscarizada de A Beautiful Mind, inclusive la próxima Dorothy posmoderna de Labyrinth) es, afortunadamente, otro cantar.

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