Gastone Moschin, el insoportablemente orondo Don Fanucci de
The Godfather Part II y antes también el matón fascista que se convierte en la
sombra de Jean-Louis Trintignant hasta que éste cumpla su misión en Il
conformista, se desenvuelve en un rol de antihéroe totalmente diferente, que
sorprenderá (y asombrará) a quienes lo recuerdan sólo o principalmente gracias a la ficción
escrita por Mario Puzo. En el neo-noir que nos ocupa, Moschin es Ugo Piazza, un
criminal que acaba de ser liberado a través de una amnistía; liberación que no
significa su libertad en absoluto. El mismo día que fue detenido por la
policía, Ugo cae en desgracia entre sus secuaces, quienes están convencidos de
que él es el intermediario que se ha quedado con el cuantioso botín de la
operación dirigida por el Americano (Lionel Stander); así que a la salida de la
prisión, Ugo todavía tiene que demostrar su inocencia, además de restañar su
ausencia de tres años en el amor de una bailarina de nightclub (Barbara
Bouchet). Estos son los trazos gruesos de un filme italiano dirigido con
efectiva ampulosidad por Fernando Di Leo y musicalizado por Luis Bacalov, que
se alza a los ojos del cinéfilo afortunado cual estimable revelación. Además de
la sensible imagen dura proyectada por Moschin, la fabulosa actuación de Mario
Adorf como un mafioso excesivo y procaz descuella en el reparto. Por el lado de
la “ley”, la discusión ideológico-política ofrecida consigue matizar con mayor
sutileza el conflicto central; y el soundtrack del compositor de Django le
confiere a las secuencias de acción verbal y violencia física
la necesaria cuota de dinamismo y emoción contenida que refleja (a veces a un
tiempo) nuestra empática relación con el personaje protagonista y nuestro
entendimiento de su mundo como posible, acaso ya (de algún modo) nuestro.
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