Sans los cisnes: Rachel McAdams (Allie) y Ryan Gosling en The Notebook
Aún recuerdo aquella biografía en E! donde A.
J. Benza, Vincent Gallo y otros celebraban la singularidad de Mickey Rourke:
¿Qué habría sido de uno de los mitos actorales del cine americano de los
ochentas si, en plan fatal a lo Jimmy Dean, la vida hubiese terminado al cabo
de rodar The Pope of Greenwich Village (1984)? Rourke es más que un actor, como
Travolta, y Gallo afirmaba que ya le gustaría a Sean Penn ser Mickey Rourke.
¿Qué tal, me pregunto ahora, si Penn hubiera muerto unas semanas antes del
estreno de At Close Range (1986)? ¿Si River Phoenix hubiese caído a la salida del Viper
Room de Johnny Depp a sólo horas de la premiere de Running on Empty (1988)? ¿O Depp
acribillado por la policía después de destrozar su cuarto de hotel ya
finalizada la fotografía principal de Don Juan DeMarco (1995), o, antes, de un
prematuro ataque al corazón por lo que él consideraba la vergonzante calidad de
21 Jump Street? ¿DiCaprio demolido por una de sus habituales juergas
adolescentes en plena Leomanía a causa del Titanic? ¿Si la conspicua quijada
que hizo de Rob Pattinson una estrella internacional se hubiese dejado caer en
la misma premiere de Twilight (2008), víctima de alguno de sus indignados críticos,
insospechadamente psicótico? Alguien habría podido observar en voz alta que, a
diferencia de la insólita belleza de rasgos extraños como de otro mundo de
Edward Cullen, River era tanto más que una soberbia mata de cabello que es aun
insultante recordarlo --un pelo el de River que era parte integral de su
trabajo (y lo fue en el film de Sidney Lumet), no obstante--, e incluso Noah
Calhoun resulta injustamente el verdadero héroe romántico olvidado por las
veleidosas quinceañeras con sólo un lustro más de vida encima. Y entonces sí,
se nos ilumina el pensamiento: el género de las chick flicks es salvaje de
corazón (por algo la frase es de Tennessee Williams), sino miren, pues, a Ryan
Gosling en probablemente el único gran clásico de su filmografía. The Notebook (2004) fue y es todavía y acaso siga siendo indefinidamente un gesto de auténtica rebeldía
en los tiempos de una posmodernidad muy frecuentemente cínica y descreída, amén.
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