En una de las proezas actorales más
especialmente encomiadas de los últimos años, Christian Bale es Reznik, un
insomne lector de Dostoevsky a quien empiezan a sucederle situaciones
peligrosas e incomprensibles en la fábrica donde trabaja. Para interpretar al
paranoide protagonista consumido por 365 noches en vela y una culpa
sostenidamente oscura e inmarcesible, el musculado (y sobresaliente) intérprete
de American Psycho y Batman Begins luce el físico de un prisionero de
Auschwitz o de una víctima terminal del VIH --De Niro who? Curiosamente, Jennifer Jason Leigh (a quien su rol en este
filme le debe de salir tan natural después de su antológica Tralala en Last
Exit to Brooklyn) lo considera su cliente predilecto, y hasta la española
Aitana Sánchez-Gijón lo favorece --y su pequeño hijo parece estar conforme. El
inquietante Michael Ironside también aparece en un personaje clave. Pero lo
cierto es que esta psicologista producción anglo-hispana le pertenece a Bale (cuyo
conmovedor tour de force alcanza un clímax de lucidez y emoción profundamente
humanos), y en el apartado técnico a la sombría fotografía de cuidados colores apagados
de Xavi Giménez.
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