En esta recóndita producción rodada en los legendarios
estudios de Cinecittà, la Doña vuelve a ser (cómo no) una femme fatale, pero
esta vez se hace mucho más nítida, si cabe, la raíz demónica del tipo. La atmósfera que
envuelve a la rural y añeja casa dieciochesca a donde va
a parar --cual turista accidental en los áridos parajes de unas mediterráneas
Cumbres borrascosas-- gracias a su casi apresurado casorio con el apuesto (pero
pobre, y luego, peor, emocionalmente distante) príncipe campesino que
incorpora Rossano Brazzi, es de horror gótico a lo Mario Bava --la guinda siendo
un soundtrack descaradamente espeluznante, como de órgano en misa negra
presidida por Karloff. Y además la historia ayuda: la vanidosa Oliva (Félix)
resiente desde un inicio la indiferencia de su esposo y la hostilidad de su
suegra y la vida encerrada al aire libre de la agreste montaña, pero todo se agrava
como en una pesadilla sibilina cuando el viejo patriarca (el también grande Charles Vanel) descubre por casualidad
un antiguo tesoro maldito en una tumba morisca --que recuerda, premonitoria,
los ruinosos escenarios sacrílegos de The Omen; por casualidad, ya que en esta película las coincidencias son
sospechosamente inteligentes. Entonces, un encantamiento por obra del mismísimo
Diablo se apodera de la retirada familia, con funestas y pertinentes
consecuencias. La diva mexicana interpreta a su propio personaje en el doblaje
al español, pero su trabajo impresiona aun más por su ideal presencia en
ciertas escenas (como aquélla, de oportuna lucidez, en la cual cree verse a sí
misma en la piel de la mujer retratada en la miniatura del prohibido medallón,
retornando de entre los muertos envuelta en los haces lujuriosos de una
engañosa visión a plena luz de día). Completan el reparto Massimo Serato como el hechizado Berto, un intrigante Giulio Donnini y las hermanas Emma e Irma Gramatica (ésta última en el rol de la espectral y clarividente abuela).
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