Probablemente la última superestrella de Hollywood --en
el sentido más completo de aquel excepcional término--, un joven actor,
bailarín y cantante pasó de ser una celebridad estrictamente local (gracias a
una serie televisiva) a todo un fenómeno de masas en el mundo entero y un
verdadero icono de la década, en un tiempo aparentemente récord. El film se
tituló, por supuesto, Saturday Night Fever (1977), y fue el debut oficial en el
parnaso de los clásicos de John Travolta, quien como el rey de la música disco,
Tony Manero, inmortalizó uno de los tours de force interpretativos más
redondos, influyentes e irrepetibles de la historia del cine. Lo interesante,
para propósitos de nuestro artículo, es que el drama dirigido por John Badham
era una suerte de proyecto a sobrevivir para así poder rodar el genuino nacimiento de la estrella: la
adaptación del musical Grease, un popular show teatral que era pura nostalgia
de la América de veinte años atrás (Henry "The Fonz" Winkler fue la primera
opción para el Danny Zuko del ecran).
Travolta,
según el mismísimo Brando el actor más ejemplar en el oficio, había salido de
gira con la obra a comienzos de los setentas, y se conocía el texto y la puesta
en escena al derecho y al revés. Sin embargo, como otros roles en su
prehistoria, había sido uno de los personajes suaves, el en comparación obscuro
Doody (también de los T-Birds), el trabajo que Travolta había aportado al montaje.
Irónicamente, Jeff Conaway había interpretado a Danny en la producción teatral,
y ahora tenía que acomodar el papel de lugarteniente de Travolta, Kenickie.
Mientras Saturday Night Fever es costumbrista/reporteril/documental, y por
tanto vulgar y grosera en gran parte de su contenido, el musical recurre al
humor zafio como señal de identidad. Fever es una obra maestra, Grease resultó
ser el pretexto ideal para que se hiciera realidad de celuloide.
Empero,
Grease ha sabido conservar un encanto que ha impedido su descarte como
espectáculo que es menos que cine. Es, por ejemplo, una de esas películas que
vistas en una sala o en su formato original en DVD gana mucho, contrariando
aquellos tradicionales visionados adecuados a la forma televisiva que daban
razón a los detractores de su aparente parálisis camarográfica. Travolta
representa a su personaje con inocencia virtualmente infantil en una cinta que,
contrariamente a la opinión general, no es inocente ni infantil, además de
desbordar un carisma irresistible y exhibir unas destrezas coreográficas tan
elegantes y sutiles que hacen lucir su estilo inmediatamente legendario en
Saturday Night Fever como el de Gene Kelly ante Fred Astaire: una confirmación
de la dinámica de clase obrera y de artificio simbólico, respectivamente, entre
ambos, Tony y Danny, el yin y el yang de la fábrica de sueños, los dos lados de
un mismo hombre en la cima.
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