Este notorio filme, dirigido por Ingmar Bergman sobre la novela de Per Anders Fogelström, se desliza hacia aquella zona de la realidad ficticia cuya poesía es más premonitoria que naturalista, y cuya belleza es menos evidente de lo que el encandilado espectador podría pensar. La sexualidad de su estrella absoluta, una explosiva Harriet Andersson de 20 años encarnando a una salvaje Monika congelada en la eternidad de sus 18, no tiene demasiado que ver con otras curvas legendarias, tales como las de Brigitte Bardot en Et Dieu... créa la femme (1956) o inclusive las de Marilyn Monroe en Niagara (estrenada sólo días después el mismo enero de 1953); sin tratarse de una interpretación intelectual ni mucho menos, la niña-mujer de Suecia exhibe una interioridad compleja que beneficia a su comparativamente discreta voluptuosidad y eleva la obra de Bergman a niveles insospechados de credibilidad.
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