miércoles, 16 de enero de 2013

La Doña en la playa


El segundo título en la filmografía de María Félix no es precisamente prehistórico (su debut en El peñón de las ánimas había resultado previsiblemente estelar), no obstante la diferenciación ejercida en el propio cuerpo de la núbil actriz como reflejo de una mexicanidad maniquea. Casi número folklórico con melodrama de relleno, María Eugenia (1943) sorprenderá siempre al presentar a una María ingenua, femenina hasta la pasividad, cuya abundante carnalidad deslumbra como sumiso objeto de deseo --naturalmente, aun al escribir esto tanto como al leerlo, se hace difícil cualquier asociación de esta excepcional imagen de erotismo relativamente convencional con el absoluto desafío implícito y explícito en los roles más icónicos de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos hecha celuloide fundamental y feminismo lírico. 

Sin embargo, y con todo, el folletín se impone al ostentar las cualidades que logran atrapar al espectador sin pudor, y aun sus líneas más tópicas salen beneficiadas del oficio de una actriz sorprendente, cuya belleza trasciende el ámbito mundano que también intenta por todos los medios someter a su virtuoso personaje sin éxito. Al fin y al cabo, en el fondo (aunque no tanto), pues, se trata de una mujer de apariencia diabólicamente tentadora y carácter idóneo, una contradicción coherente muy de la gran estrella que el cine mundial tiene ante sus ojos en un tránsito hacia el parcial negativo fotográfico de tal efímera condición --una futura predisposición que no excluirá para siempre los matices, los claroscuros o inclusive las variaciones opuestas, las reinterpretaciones más depuradas de un rol que en la película presente supone al menos una experiencia estética básicamente provocativa.

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