Parece
extraño que el admirador que soy del habitual cómplice creativo de Tim Burton
haya visto recientemente por vez primera, y por fin, la aventura inicial del
Capitán Jack Sparrow, y es un hecho. Pero también lo es que el extraño
--siempre atractivamente extraño-- histrión fílmico consiguió con este
verdadero blockbuster revienta-taquillas, estrenado hace sólo 9 años, desprenderse
para siempre de la etiqueta de bizarro actor de carácter a quien su
incomparable, innegable sex-appeal no terminaba de colocar en la A-list, acaso
una maldición que el renegado ex ídolo adolescente abrazaba como una causa a
punto de perderse. La Academia recompensó a Depp con su primera nominación
(¿!), y es que su interpretación no es sólo la mejor razón del global éxito
comercial de esta aventura fantástica salida de un parque temático Disney, sino
que se trata de una digna criatura --otra más-- en la inquietante galería de personajes de
uno de los actores estelares más personales y provocadores de las últimas
décadas. Como dato curioso, dejo constancia de haber confundido más de una vez
a Sparrow con la Elizabeth de Keira Knightley, siendo la feminidad clave en Depp
uno de los elementos enriquecedores que, cuales doblones áureos del tesoro
maldito de Hernán Cortez, no podían faltar en un pirata
ambiguo y divertido, borrachín y mujeriego, espadachín y fantasmagórico, mortal
y entrañable, y quien (deseo creer) a Stevenson le habría encantado conocer. La
mujer más hermosa que yo conozco ha querido disuadirme de ver las continuaciones
de la movie dirigida por Gore Verbinski; veremos...
La excelente Gillian Anderson encuentra un adecuado vehículo
dramático en este thriller nihilista producido en la Gran Bretaña. Un joven
instalador de alarmas inhalámbricas (notabilísimo Danny Dyer) se enamora de una
de sus clientes, una atractiva mujer (Anderson) en compañía de la cual será
asaltado y desfigurado, siendo ella brutalmente violada, por un trío de
degenerados que (inevitablemente) conjuran el recuerdo de la modélica Deliverance.
La venganza, premeditada y servida en plato frío, no será
por ello menos delectable.
Me
parece ayer cuando un comercial de la televisión proclamaba la acogida única en
salas locales de esta gran película de Roman Polanski, que había llegado para
quedarse o eso parecía. Una película sobre el sexo desaforado, el amor peor
entendido, y las relaciones de dependencia que forja el destino, y la verdad
detrás de las apariencias, y la injusticia en el mundo: en alta mar,
un matrimonio británico (Hugh Grant y Kristen Scott Thomas) traba conocimiento
con una pareja muchísimo menos convencional, formada por un escritor americano
postrado en una silla de ruedas (Peter Coyote) y su joven e imponentemente
atractiva esposa (Emmanuelle Seigner) --una experiencia social que cambiará sus
vidas. Polanski trabaja sobre un material literario ajeno que transforma en
guión y, luego, en visiones de una capacidad perturbadora
que llevan su estigma personal como si las hubiera sacado de su propia alma.
Todo confluye, como habría declarado con unción revelatoria el novelista inédito
del relato, en el personaje central del film, su verdadero descubrimiento: la
adolescente belleza de Seigner atraviesa las inclemencias sentimentales más
duras imaginables, y las sobrevive como una escandalosa máscara funeraria a
punto de mostrar las grietas y resquebrajarse, frágil y desgraciada en su
absurda, feroz depredación venérea.