lunes, 28 de junio de 2010

Martin Scorsese

Cameo alla Hitchcock en Taxi Driver

Antes de Tarantino --a quien admiro con parigual fervor--, no es sólo que los actores del violento cine de Scorsese ya hablasen de películas (Who's That Knocking at My Door, 1967), sino que, además de la música incidental consistente en una selección de canciones de raigambre popular, entre otros elementos en común, el cineasta aparecía también en sus propias películas, en personajes secundarios de trazo a veces grueso, y otras acabados, incluso significativos. Estas oportunidades de colocarse frente a las cámaras fueron el resultado de circunstancias apremiantes, que lo forzaron a sustituir a algún actor de pronto indispuesto, ya que Scorsese no se considera a sí mismo un actor --pese a sus colaboraciones con gente como Bertrand Tavernier ('Round Midnight, 1986) y Akira Kurosawa (Dreams, 1990), para quien personificó nada menos que a Van Gogh.


En su segundo largometraje, Mean Streets (1973), Scorsese se encarga de un rol memorable si no por propios méritos sí por lo que tiene de especial dentro y fuera del celuloide. La aparición del director en Who's That Knocking es casi más una desaparición que otra cosa, pero la brevedad de su trabajo actoral en Mean Streets le concede un espacio más que suficiente para lo que debe hacer. Su Jimmy Shorts --Shorty, como lo llama el Charlie de Harvey Keitel-- es finalmente una representación. Su asesinato de Johnny Boy (Robert De Niro) es una ejecución, o más bien un rito, beso a su pequeña Walther PPK incluido. La eficiencia sanguinaria del evento funde a Shorty y a su arma, la K de cuya denominación puede ser interpretada como la inicial de kurz, alemán para short, y/o la inicial de kriminal.

El pequeño matón y su jefe Michael (Richard Romanus)

Taxi Driver (1976) contiene la más convincente labor de Scorsese como actor. La interacción entre su personaje, un marido racista que revela su decisión de liquidar a su adúltera mujer, y el demente taxista que interpreta De Niro es, por supuesto, el detonante de ciertas acciones ulteriores en el metraje. Sin embargo, la manera en que Scorsese dice su parlamento es genial, pues el suyo es uno de los dos o tres únicos momentos en que la narrativa permite un poco de luz en la sombra. Los alardes homicidas del pasajero resultan una bocanada de humor, la cual ni él mismo ni mucho menos Travis Bickle en su ruta quijotesca son capaces de advertir.

 


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