La soledad de un narcotraficante de alto vuelo es el asunto de este filme, estrenado en 2001, que no es una crónica gansteril al uso como algunos creen, sino un modesto biopic nostálgico y desencantado, con menos estridencia de la que cabría esperar. Depp no recuerda al Pacino de Scarface sino al de Bobby Deerfield. La interiorización que luce es tan convincente que, sin darnos cuenta, provoca un apego emocional hacia lo que le sucede quizá infalible. Es cierto que el ritmo y el carácter del relato, el modo en que se transmite las relaciones entre los personajes, son efectivos; no obstante, Depp es imprescindible, lo mejor por sobre las ocasionales bondades del elenco internacional que lo acompaña (el goodfella Ray Liotta y el histriónico Jordi Mollá, que no la insoportable Penélope Cruz), y la clave que hace funcionar lo que vemos en pantalla. Sin Depp, Blow sería un título elegante, dramático, intrigante, pero sólo eso, por debajo de otros que son lo mismo y (mucho) más. Con Depp, la cinta encuentra su sentido, extrañamente glamuroso y trágico. Encuentra definitivamente su huidiza trascendencia.
viernes, 4 de junio de 2010
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