Pocos villanos como Attenborough en este thriller de 1971 dirigido por Richard Fleischer (quien había realizado The Boston Strangler en 1968). John Christie, uno de los monstruos del panteón criminal inglés, era uno de los tipos más aparentemente tranquilos e inofensivos que cualquiera pudiese haber conocido, un señor de edad avanzada, pequeño, miope, que vivía con su esposa, una viejecita casi tan amenazante como él mismo, en un barrio proletario en las afueras de Londres. Debo confesar que cuando vi 10 Rillington Place lo hice por apreciar de nuevo el trabajo de John Hurt, tampoco reemplazable por nadie en su papel de víctima. Era la primera vez que conocía al actor Attenborough, y no pudo ser más contundente. Después ya tuve otras oportunidades de confirmar su valía (The Great Escape, The Third Secret, The Sand Pebbles); no obstante, su retrato casi documental, casi clínico de Christie es excepcional en grado sumo. Es definitivamente uno de los psicópatas asesinos más memorables y olvidados del cine.
viernes, 28 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
Las estrellas de Quiz Show: El dilema (1994)
Esta película de Robert Redford, director y productor, posee una cualidad fascinante en la que, no lo dudo, participan los talentos de un reparto cuya esplendidez se puede resumir en 3 nombres: Rob Morrow, Ralph Fiennes y John Turturro. El primero es para mí una revelación: encantador, sutil y sugerente. Claro que Morrow es, debe serlo, la luz que nos enseña la trama inextricable de una sociedad que reconocemos en su reflejo de celuloide.
La fragilidad de la conciencia, sus ambigüedades, están encarnadas en los personajes (también históricos) de Fiennes y Turturro. Éste hace casi todo al revés de Morrow: es nervioso y obvio, pero es a la vez convincentemente humano. La excentricidad y pulcritud de Turturro aderezan una de las mejores actuaciones de su ya extensa carrera.
Y, finalmente, está Fiennes. Su rol no posee la chispa del de Morrow, ni es llamativo como el de Turturro, pero entusiasma y conmueve igualmente, tal vez más. A la larga, el intelectual aristocrático se convierte en la víctima más vulnerada por el sistema. Y, casi como si fuese un actor del Método, Fiennes se transforma en Charles Van Doren, no obstante su cara siempre lavada, sin maquillaje ni elemento alguno que altere la apariencia singular del villano de La lista de Schindler (1993) o el galán de El paciente inglés (1996).
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domingo, 9 de mayo de 2010
Gary Cooper (en Man of the West)
Otra extraordinaria dirección de Anthony Mann --cuyo desempeño en The Naked Spur (1953) está visto que nunca me gustará, no sé bien por qué. El siempre extraordinario Gary Cooper domina todo el metraje, rodeado de un buen grupo actoral (aunque reducido en número); he comprobado que la nobleza de Cooper es quizá más humana que cinematográfica: puede parecer un despropósito mi aseveración, pero a un Brando no hay cómo quitarle los ojos de encima, y eso no sucede con Cooper. En Garden of Evil (1954), Richard Widmark casi le roba la película, y en Man of the West (1958) el actor que interpreta a su primo Claude prácticamente lo deja difuminado en la escena del diálogo en la carreta. Sin embargo, Cooper no puede estar mejor. Así que esa humanidad, esa imprecisa mezcla de efectividad profesional y carisma, esa unidad contradictoria de imponencia y escrúpulos que es su nobleza, nos está enseñando a ver el cine. Al menos un western con la profundidad moral de éste.
Pueden notar al sensacional Lee J. Cobb en el reparto.
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