Incursionando
en una narrativa en apariencia convencional, pese a compartir el crítico
metalingüismo de la Bellissima (1952) de Visconti, aquel profeta de los silencios, la
soledad y los vastísimos espacios de la incomunicación que por siempre será
Michelangelo Antonioni escribió y dirigió en su juventud de autor no reconocido
esta pieza aún reivindicable, dentro de la cual la oportuna belleza de Lucia
Bosé juega un rol nada menos que central. La inolvidable femme fatale de Muerte
de un ciclista encarna a una atractiva mujer cuyos encantos no solamente la
convierten en una estrella del cinema, sino también en la presa codiciada de
directores cuadriculados y casanovas con hobbies diplomáticos. Finalmente, la
pasiva joven advertirá que tendrá que tomar decisiones propias antes de caer en
la trampa del desaliento, las forzadas etiquetas y la infelicidad personal,
incluso, que la sociedad ha preparado en su honor antes aun de que empezasen
los títulos de crédito.
Aunque no sea la intención de Antonioni, es interesante
tomar esta desventura del realizador de L’avventura, además, como una propia reivindicación de la belleza femenina en las artes, el cine en particular. Cómo
en los fotogramas una mujer hermosa lo es verdaderamente, y, en cambio, cuántas
veces nos engañan los sentidos en la realidad exterior. Y cómo, en la
irónicamente respetable interpretación dramática de Bosé --el derrotero de cuyo metafórico personaje contiene y refleja, por ejemplo, en cierto momento, a la Ingrid Bergman de Joan of Arc--, el destino de una
mujer de ese tipo puede ser el de servir los siniestros antojos de una sociedad
que no cree en la belleza como una verdad, sino como una mercancía agotada en
los mecanismos del consumo que nos deshumaniza. 5/5
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