sábado, 29 de septiembre de 2012

Brad Pitt en 12 Monkeys (1995)


Una de las superestrellas hollywoodienses más subestimadas en su capacidad histriónica a lo largo de su carrera debe de ser el hilarante protagonista de Inglourious Basterds (2009), aunque tal situación ciertamente era habitual y ejemplar en un inicio. Sin importar la extraordinaria inteligencia para robarse no sólo el dinero de Geena Davis sino sobre todo la atención --y la memoria, luego-- del espectador durante sus reveladores quince minutos en Thelma & Louise (1991); ni la sensibilidad sutilmente cinematográfica (y virtualmente femenina) con que iluminó la pantalla bordando aquel personaje entre Fabio y Heathcliff, esa composición dramática encaramada arriba de una cuerda floja sin red a la vista, imposible de imaginar en la figura de otro actor, que por siempre será la mítica fuerza de la naturaleza llamada Tristan en la apasionada Legends of the Fall (1994); sin importar, constatamos, éstas y otras labores de indiscutible primer nivel, Pitt fue despreciado con demasiada frecuencia por una crítica y un público acaso aún (no obstante nominaciones y premios) miopes y prejuiciados --por fortuna, el paso del tiempo ha instalado, como apuntamos, una distancia relativizante, esclarecedora, en la apreciación objetiva todavía en evolución de un talento siempre insoslayable.

Fue Terry Gilliam quien, precisamente a través de un subversivamente personal relato acerca de la elasticidad del tiempo, y las trampas de la mente, hecho al interior de la industria, ofreció al joven intérprete su inaugural papel serio: Jeffrey Goines, el elocuentemente psicótico e inesperado líder de una bendita (valga la redundancia) guerrilla animalista casi apocalíptica, la encarnación misma de una interrogante esencial en este film esencialmente inquisitivo: ¿No es el mundo un manicomio, no es la norma muchísimas veces despiadada locura?

lunes, 17 de septiembre de 2012

María Félix en La devoradora (1946)


Perennemente reivindicable, la Doña construyó su propio mito con roles arquetípicos como éste de una femme fatale que destruye las vidas de cuanto hombre cae en su telaraña de artera seducción. Tan inescrupulosa como irresistible, la maquiavélica, manipuladora figura estatuesca de la joven mujer intentará abrirse paso en el mundo al más puro estilo de Barbara Stanwick en Baby Face, pero añadiendo a la ecuación un elemento exclusivo, relativo a la teoría estética de Wilde en Dorian Gray, que va a opacar no sólo a la aquilina estrella americana sino a todas las demás vampiresas del ecran --incluidas quienes surjan a su sombra. Sirena de latinos acentos espiralados, actriz flaubertiana del gesto justo, sin florituras inútiles ni reticencias impenetrables, María Félix era muchas cosas interesantes, y sin embargo también era eso: una actriz, y de las mejores. Algo que no está demás enfatizar frente al esnobismo pertinaz de la comunidad cinéfila internacional.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Cameron Diaz en Vanilla Sky (2001)


Tomando como base Abre los ojos (1997), aquel filme tan crípticamente pesadillesco que Alejandro Amenábar concibió después de su más realistamente escalofriante Tesis (1996), Cameron Crowe concatenó el rodaje de Almost Famous (2000) con este remake personal, impregnado de música pop y realidades de juventud vueltas del revés. Tom Cruise ama a Penélope Cruz, pero nosotros preferimos a Cameron Diaz, quien en este universo paralelo resulta una mujer postergada y rebosante de mortal feminidad, cual una justificada mantis religiosa. Al contrario de Penny Lane, Julie es una groupie que se nutre de un destino fatídico, a una vez ajeno y propio, y la sensualidad ojiazul de su rubísima intérprete (que aquí alcanza grados de hervor a través de una intensa labor actoral definitivamente excepcional en su carrera) talla un erotismo trágico de rara belleza, perfecto trasunto de un personaje totalmente ligado a las sombras en su origen (recuerden a la exótica morena Najwa Nimri, vertiginosa como una sima en Abre los ojos) y que ahora ha aprendido a transitar la engañosa luz que ella misma proyecta bajo el cielo de Monet que acecha su tormento.