El mismo año
que enamoró a las audiencias juveniles como la ideal Abra de John Steinbeck, ángel enamorado de Jimmy Dean y virgen kazaniana por antonomasia en East of Eden, la
maravillosa Julie Harris (1925-2013) fue la primera Sally Bowles del ecran. En esta
producción británica, la loca de Sally deja el promiscuo cabaret
de la Alemania en los albores del nazismo para desordenar la vida de un
aspirante a escritor (el mismo Chris Isherwood que, con el nombre de "Brian Roberts", Michael York haría
diecisiete años después, y quien trazó los autobiográficos textos originales),
encarnado por un Laurence Harvey de engolado penacho.
Para nuestra sorpresa, Harris no puede evitar que la excentricidad postizamente
adorable de Sally se convierta, antes de que se la deguste como a un buen y
oneroso champagne, en una conducta irritante. Hay algo en la naturaleza
artificial de esta Sally Bowles de florido lenguaje que contrasta sin jamás
terminar encajando en la rigurosa dulzura de Julie Harris --a quien, por si
acaso, vimos como uno de los más atormentados miembros de la fauna patológica
creada por Carson McCullers para su Reflections in a Golden Eye,
magistralmente adaptada por John Huston en 1967, o también, por vez primera, en
su aparición desbordante de soledad como la insólita amiga de Mallory Keaton (Justine Bateman) en
Family Ties…--; así que no puede tratarse sino de una honda incompatibilidad
entre personaje e intérprete --semejante acaso a la que Harold Clurman creyó
percibir entre Brando y Kowalski--, aunque Julie (nada sorprendentemente) fuese
premiada con un Tony por su trabajo como la primera Sally Bowles del teatro. Por
eso, debido a los términos de la problemática adaptación que nos hallamos
comentando, preferimos la famosa versión de Liza Minnelli para Bob Fosse en 1972;
precisamente lo contrario de nuestra valoración respecto de Pygmalion (1938), con la
en otras ocasiones enfadosa Wendy Hiller como la perfecta Eliza Doolittle, y
su contraparte musical My Fair Lady (1964), estelarizada por una eficiente pero inflada
Audrey Hepburn. De otro lado, la ya un tanto rotunda Shelley Winters (al igual
que Harris eminente actriz del Actors Studio) aparece como berlinesa alumna de
inglés del profesor Harvey. De todos modos, la mejor escena del cuando menos interesante film es una
secuencia en la residencia de un rico amante de Sally, donde se celebra una
especie de orgía médica de carácter absurdo y surreal, un microcosmos de la
estupidez y la crueldad humana en la cual el pobre protagonista, víctima de
unas fiebres de lo más inoportunas, representa al sacrificado semita de la función. I Am a Camera: 3.5/5 Julie Harris: 4/5
"Sally Bowles" circa 1952