viernes, 17 de octubre de 2014

Julie Harris en I Am a Camera (1955)


El mismo año que enamoró a las audiencias juveniles como la ideal Abra de John Steinbeck, ángel enamorado de Jimmy Dean y virgen kazaniana por antonomasia en East of Eden, la maravillosa Julie Harris (1925-2013) fue la primera Sally Bowles del ecran. En esta producción británica, la loca de Sally deja el promiscuo cabaret de la Alemania en los albores del nazismo para desordenar la vida de un aspirante a escritor (el mismo Chris Isherwood que, con el nombre de "Brian Roberts", Michael York haría diecisiete años después, y quien trazó los autobiográficos textos originales), encarnado por un Laurence Harvey de engolado penacho. Para nuestra sorpresa, Harris no puede evitar que la excentricidad postizamente adorable de Sally se convierta, antes de que se la deguste como a un buen y oneroso champagne, en una conducta irritante. Hay algo en la naturaleza artificial de esta Sally Bowles de florido lenguaje que contrasta sin jamás terminar encajando en la rigurosa dulzura de Julie Harris --a quien, por si acaso, vimos como uno de los más atormentados miembros de la fauna patológica creada por Carson McCullers para su Reflections in a Golden Eye, magistralmente adaptada por John Huston en 1967, o también, por vez primera, en su aparición desbordante de soledad como la insólita amiga de Mallory Keaton (Justine Bateman) en Family Ties…--; así que no puede tratarse sino de una honda incompatibilidad entre personaje e intérprete --semejante acaso a la que Harold Clurman creyó percibir entre Brando y Kowalski--, aunque Julie (nada sorprendentemente) fuese premiada con un Tony por su trabajo como la primera Sally Bowles del teatro. Por eso, debido a los términos de la problemática adaptación que nos hallamos comentando, preferimos la famosa versión de Liza Minnelli para Bob Fosse en 1972; precisamente lo contrario de nuestra valoración respecto de Pygmalion (1938), con la en otras ocasiones enfadosa Wendy Hiller como la perfecta Eliza Doolittle, y su contraparte musical My Fair Lady (1964), estelarizada por una eficiente pero inflada Audrey Hepburn. De otro lado, la ya un tanto rotunda Shelley Winters (al igual que Harris eminente actriz del Actors Studio) aparece como berlinesa alumna de inglés del profesor Harvey. De todos modos, la mejor escena del cuando menos interesante film es una secuencia en la residencia de un rico amante de Sally, donde se celebra una especie de orgía médica de carácter absurdo y surreal, un microcosmos de la estupidez y la crueldad humana en la cual el pobre protagonista, víctima de unas fiebres de lo más inoportunas, representa al sacrificado semita de la función. I Am a Camera: 3.5/5 Julie Harris: 4/5

"Sally Bowles" circa 1952

jueves, 2 de octubre de 2014

Fernando Rey en Locura de amor (1948)

“Felipe el Hermoso” y Bautista (“Juana la Loca”)

Fue esta lograda cinta histórica dirigida por Juan de Orduña la que lanzó a Rey, en el papel del rey Felipe I, al estrellato cinematográfico; pero, como sucedería en A Streetcar Named Desire con Brando y Vivien Leigh --otro delirante y dramático descenso hacia la descomposición mental-- tres años después, los críticos y el público apreciaron más inmediatamente las florituras y el oropel de la histérica interpretación que una conmovedora, absolutamente sensacional inclusive en sus momentos menos persuasivos, Aurora Bautista llevara a cabo de Juana de Castilla. Las intrigas palaciegas que terminaron con la absurda muerte de Felipe y la celosa locura de la reina Juana nos recuerdan la permanencia en el tiempo de las grandes pasiones, así como la consecuente disipación de las mezquindades humanas, por más espesa que hubiere sido su torpe trama. De noble presencia, voz educada y embozado manierismo, el apasionante Rey, hasta entonces un actor promisorio y con ya sus tablas a cuestas (y 21 películas en su haber), retrata al descarado Archiduque de Austria en su opaca transparencia trágica: un donjuanesco cazador de villanas infieles, con la sonrisa inflándole los fabulosos carrillos en un encanto de doble filo, reflejo de sutil cobardía y de un relente ignoto en su consciencia: el huidizo amor eterno --presa fatal, indiscriminante-- reconocido en el penitente lecho de muerte. Se trata, en suma, de un inmejorable debut protagónico, y la oportuna anticipación de la clase (la aristocracia hasta en el crimen: recuérdese, cómo no, al inolvidable Charnier de The French Connection) y el sesgo surrealista clave --no olvidemos que el amour fou tiene aquí, en el futuro alter ego buñueliano como el yerno de Isabel la Católica, uno de sus objetos de deseo más singulares e infames-- que constituirán la carrera del más internacional de los actores hispanos. El filme: 5/5 La interpretación de Rey: 5/5