Los hermanos Gecko: QT y "Seth"
Este experimento intergenérico sigue siendo sorprendente,
y, como antes, no siempre por sus cualidades positivas --que las tiene. Por el año
que Pulp Fiction debió ganar el Oscar a la Mejor Película de 1994, Quentin
Tarantino aparecía no sólo como coprotagonista, sino también (para alivio de la
Academia) como autor absoluto del guión de un inefable relato que podríamos
describir como una road movie con paradero en el mismísimo infierno. Cuando la
vi por primera vez, más cerca de su estreno, la secuencia introductoria me
impactó como un clásico instantáneo de Tarantino, y no me cabía duda de que él
mismo la había fotografiado; tal es la fuerza de su estilo como escritor,
puesto que ahora me parece evidente que aquélla y (más particularmente) todas
las demás escenas muestran el estilo relativamente inferior, individualmente
chicano, del muy respetable Robert Rodriguez --siguiendo las señas
técnico-creativas de su compadre, eso sí: para muestra, el típico plano
subjetivo desde el baúl de un automóvil es más que suficiente. Lo cierto es que
From Dusk Till Dawn empieza como una película de gangsters, y conforme progresa
su atmósfera se torna incierta y enrarece hasta desatarse el pandemónium:
inclusive la frondosa voluptuosidad de Salma Hayek, en un tentador baile
merecidamente reclamado para las antologías, lleva ese nombre. El creador de
algunos de los films más importantes de nuestro tiempo interpreta a un enfermo
psicosexual, y, considerando el nivel creativo al que se somete a sí propio en
este entramado, lo hace demasiado bien, galones de sangre y fetichismo del pie
femenino como rúbrica innecesaria o excesiva. El hasta hacía poquísimo Mr.
White, un barbado y envejecido Harvey Keitel, pierde su carnet del Actors
Studio, en lo que se me antoja una parodia etílica del bad lieutenant que bordó
para Abel Ferrara. Juliette Lewis, la faz aniñada y el talante maduro, tampoco
conserva la calma, y, aunque se atreve con la perversión prístina que enturbia
sus papeles desde Cape Fear, casi nos hace olvidar a su Mallory tarantiniana. Los
heroicos Fred Williamson y Danny Trejo lucen casi deplorables; no se salva ni
Salma, pues ella es la primera en desgarrar la realidad ficticia y vestir la
carnaza vampírica: vampiros de verdad, dirán a estas alturas muchos
(rescatando la ironía “crepuscular” del título en castellano), pero vampiros
sin estilo, desgañitados, monomaníacos y con ganas de una Sal de Andrews que
nos quite la indigestión. (En mi visionado original, no había cómo convencerme
de que la familia del Conde Drácula en pleno no tomaba el asunto por asalto ni
bien finalizada la introducción, cuando en verdad el destripe empieza a la
mitad.) No obstante todo esto que hemos dicho --y solamente respecto al
elenco--, y entre otras acaso demasiado infrecuentes bondades de una cinta que
debe de ser un gusto adquirido en toda regla para sus presuntos adeptos --y
que, de todos modos, me ha parecido bastante mejor que antaño--, George Clooney
utiliza su clase y su presencia como recursos interpretativos para llenar de
entidad a su (tarantinamente nominado) Seth Gecko, un criminal consciente de su
equilibrio privado, de su fortaleza, de su profesionalismo, de su
responsabilidad, pero también de su humanidad imperfecta, y acaso también de predicar
lo cool transcrito en Clooney.
Plus: Sólo una estrella de su calibre posee el autocontrol requerido para evitar la visión de un trasero cimbreante como el de Salma.