sábado, 6 de octubre de 2012

Mia Wasikowska es Jane Eyre


A un lado, Meryl Streep. La más excelsa, asombrosa, sorprendente interpretación femenina en las pantallas de cine el año pasado no fue ni siquiera nominada al Oscar. Una sorpresa mejor --o peor-- incluso que la de las gemelas Olsen descubriendo su secreto mejor guardado en Martha Marcy May Marlene, porque Elizabeth Olsen no fue la mejor actriz principal sin Academy Award de 2011, sino ¡la insípida, larguirucha, prematura Alice de Tim Burton! Exactamente. La adaptación irregular, equívocamente personal y notablemente fallida de las novelas pro alucinógenos del matemático Lewis Carroll, en realidad no reveló a su protagonista, lo cual es el detalle más surreal(ista) de todo. Entonces fue que las (almas gemelas) Brontë acudieron al rescate, específicamente Charlotte, la más retraída y aparentemente mesurada. A diferencia de las Olsen, “niñas prodigio” de una era sin mayor significado, las Brontë no eran nada si no las elevaciones y abismos del alma humana. En los ancestrales moors salvajes, gaélicos, donde estas laicas hermanas habitaron y definieron el Gótico, todavía las pasiones intemperadas de Heathcliff y Cathy deciden las sinuosidades del clima, y a veces hasta se escucha la voz impredecible, entre el mal humor del viento y la ternura de la brisa, del secreto Rochester clamando por la adolescente Jane, el amor de una vida. Mia Wasikowska nos devuelve el milagro de un romance eterno, en una adaptación, filmada con gran sentido de la plasticidad de las imágenes y de su muda capacidad de comunicación, que sin embargo no sería absolutamente nada sin su increíble musa y artista, un verdadero caso de identificación actriz/personaje que evoluciona tocando todas las notas --y algunas desconocidas u olvidadas-- de sensibilidad del espectador como la más consumada solista, tal y como Charlotte Brontë habló a través de Jane Eyre cuando la literatura nos hacía más humanos.

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