Tocando la guitarra en el set. A la izquierda, Nancy Sinatra.
Inicialmente, Jack Nicholson iba a escribir esta seminal
película de subgénero, pero un magnífico y excepcional Roger Corman no quiso
pagarle un centavo más por palabra; el gran Jack sí persuadió a su progenitor
artístico, y auténtico padre del cine independiente americano (sorry, John Cassavetes),
después, y pergeñó el guión de la igualmente crucial The Trip (1967) --y, mejor aun,
reveló uno de los más únicos talentos histriónicos de la historia del cine en
Easy Rider (1969). A diferencia de ésta, The Wild Angels es una mirada sucia,
casi documental unas veces, con frecuencia provocadora, sobre la actitud vital fascista,
atea, nada cínica, completamente desconcertante, de los Hells Angels, tribu nómade
de vándalos en motocicleta cuyo Atila es Peter Fonda (en iconoclasta o
parricida autorretrato que lo hizo ídolo de los autocines y la contracultura,
para embarazo y mortificación de un Tom Joad lidiando ya con las travesuras de la futura Barbarella). Su íntima, espontánea composición de un
sociópata libertario y existencialista posee aún la capacidad de mover a la
reflexión e inducir la misma sensación admirativa que sus semejantes: en los
antípodas de Brando al final de la cinta, Fonda sentencia lapidario:
“There's nowhere to go”.