lunes, 25 de junio de 2012

Keira Knightley


A quien esto escribe las flacas sin (suficientes) curvas no suelen impresionarlo físicamente, pero Keira Knightley me provoca demasiado morbo. Tampoco prefiero a las mujeres con los ojos oscuros y un algo asertivo, casi viril, pintado como advertencia en el rostro macilento, y sin embargo Keira Knightley luce ambos rasgos con una dignidad de leona en celo. El kiosco de la esquina todavía exhibe la portada de GQ, y yo no puedo evitar volver y fijar una y otra vez la mirada obsesiva sobre una actriz morena y de larguísimas piernas color crema que sin duda, absolutamente, debe de ser un gran polvo (como dirían los españoles). De hecho, mientras escribo estas líneas he decidido adquirir finalmente la susodicha revista para solazarme en todas esas fotos de Keira Knightley por una eternidad.

Keira. La primera ocasión que tuve de observar su desempeño histriónico fue en Atonement (2007), aquel estupendo film de Joe Wright sobre el poder regenerador de la ficción, donde ya pude apreciar a Keira emergiendo de una fuente como Venus de Giacometti, totalmente empapada en el agua bendita que hacía traslucir su abierta anatomía de sirena escuálida, la misma de una actriz que estaba en camino de convertirse en la heredera de “Corset” Kate --por supuesto, la más bien voluptuosa Kate Winslet. De Kate a Keira, los espectadores hemos asistido acaso no solamente a la evolución del cine de época como tal, de los noventas a los dos mil diez, sino también a la de la estética y la erótica de un subgénero codificado y establecido sobre ciertas convenciones y reglas debidas a la naturaleza represiva de las sociedades que le sirven de materia.

A Dangerous Method (2011) narra la génesis del Psicoanálisis a través del conflicto íntimo entre Carl Jung (Michael Fassbender) y su paciente y alumna (Knightley), y la relación no mucho más armoniosa entre Jung y Sigmund Freud (Viggo Mortensen). El drama, originalmente teatral y escrito por Christopher Hampton --guionista de Atonement--, nada menos, es dirigido por un David Cronenberg siempre interesado en la psicología humana y sus tortuosos recovecos. Knightley, a intervalos intensa o expresionista, lleva a cabo uno de sus roles más intrigantes y difíciles. Entre la sobreactuación y la pasmosa naturalidad de quien en otra época no sería considerada como una supermodelo gracias a una belleza que entonces pasaría desapercibida, el personaje de Sabina Spielrein es el de una mujer virtualmente fatal en su situación con Jung, casado con una mujer a su vez increíblemente hermosa pero insatisfactoria, sin la atracción animal que Knightley sabe transmitir más allá de las formas, de los fotogramas o las fotografías, de manera convincente, irresistible.   

miércoles, 13 de junio de 2012

Ryan Gosling en Drive


La impactante película de Nicolas Winding Refn --talvez una de las mejores y más perfectas de los últimos años-- es un obsesionante ejercicio en el minimalismo más cool y denso, lleno de significaciones, que hayamos encontrado en nuestro periplo cinefílico. Parte importante de todo ello es, no cabe la menor duda, Gosling y Driver, una entidad dual, múltiple e inseparable en la pantalla, que sin solución de continuidad engrosó las filas formadas por los soldados urbanos mayores, desde Alain Delon/Jef Costello hasta Robert De Niro/Travis Bickle, que ha originado el celuloide, a partir del primer segundo en que lo vemos explotando sus excepcionales habilidades tras el volante para el crimen --sin saberlo, sin conocerlo. Driver es también, además de Steve McQueen y Charles Bronson, Alan Ladd, el precursor de Le samouraï en This Gun for Hire, pero también y particularmente Shane, el pistolero penitente que alcanza la redención cuando actúa en nombre de una generosidad ambigua, de un amor equivalente al que Gosling sólo podrá conocer, saber, asir en las canciones que escucha cual letanía en su autorradio --como el Cuervo de Graham Greene en el cuidado excluyente de un minino callejero... Como un ultralacónico, silente (anti)héroe de Nicholas Ray, Ryan Gosling ha devuelto a la marginalidad su condición artística, en toda su perturbadora realidad.