Boris Grushenko (Woody Allen) es un soldado ruso infame por su cobardía durante la invasión napoleónica. Convertido en héroe de guerra por casualidad, su obsesión con la muerte y la mortalidad lo sorprenderá en un complot magnicida ideado por su demasiado inteligente esposa (Diane Keaton). El filme, una comedia metafísica, física y verbal como sólo el primer Allen, parece lo que Tolstoi habría hecho de tener una Panavision a la mano y una Karenina como Keaton, quien --en una escena más legítimamente filosófica que cualquier plano del pretencioso Ingmar Bergman de Persona-- lanza acaso la más certera definición del amor y la pasión amorosa jamás escrita en la historia de las películas:
Sin duda una espléndida actriz en una de sus mejores labores de comedianta --ojalá su inspiradísima colaboración con el neoyorkino autor de Manhattan Murder Mystery se hubiese prolongado.
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