Brando y Everett Sloane en The Men
Todo tiene un principio. La revolución del arte dramático en el siglo XX se originó en las tablas: un 3 de diciembre de 1947, el estreno en Broadway de A Streetcar Named Desire marcó para siempre un antes y un después en el mundo de la actuación. Como era de esperarse, inmediatamente arreciaron las ofertas hollywoodenses. El líder rebelde, lógicamente, se tomó su tiempo. La meca del cine le provocaba cierto rechazo. El título que finalmente eligió para culminar la transformación de todo un medio expresivo sería un filme muy insuficientemente favorecido por la taquilla, razón por la cual su siguiente película, A Streetcar Named Desire (Elia Kazan, 1951), se haría con esa gloriosa responsabilidad. Sin embargo, el debut cinematográfico de Marlon Brando se tituló The Men (1950).
Teresa Wright en una de las mejores escenas del filme
Dirigido por Fred Zinnemann (quien ya había auspiciado la aparición de otro joven maestro de la actuación en las pantallas, Montgomery Clift, y realizaría más tarde cintas de inusual brillo como From Here to Eternity o The Day of the Jackal), el brutal Kowalski del drama de Tennessee Williams se transforma en Ken Wilcheck, el singularmente taciturno paciente de un hospital de veteranos estadounidense durante la II Guerra Mundial. Cuenta la leyenda que Brando erraba muerto de hambre entre las ruinas del viejo continente (Francia, concretamente), cuando los responsables de la producción le hicieron su última oferta --una que el futuro Padrino, afortunadamente, no pudo rechazar. Brando pasó un mes internado en un verdadero hospital de paraplégicos, dando inicio histórico a la búsqueda de autenticidad que sus más conspicuos herederos luego harían notoriamente obsesiva. El resultado fue un debut a la altura de la estrella de cine que llegaría a ser: el más grande actor que pisó alguna vez un set de filmación.
Jack Webb y Brando durante una pausa del rodaje