Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en A Place in the Sun
Basado en la novela An American Tragedy, de Theodore Dreiser, y en una primera versión fílmica del mismo título --dirigida por Josef von Sternberg, y para algún crítico superior a la de Stevens--, el clásico conocido en Latino América como Ambiciones que matan pertenece a ese conjunto de producciones salidas de los grandes estudios hollywoodienses (ya con los días contados) que lograron dar a conocer el innovador estilo de actuación dramática que llegaría a dominar las pantallas en la década del cincuenta. Más significativamente incluso, ese tipo de interpretación transformaría los estándares del oficio en todo el mundo, llegando hasta nuestros días. De hecho, A Place in the Sun fue, al lado de A Streetcar Named Desire, la película que cambió el arte de hacer películas. Por primera vez, el escenario central no era el que pisaban los protagonistas, sino el que se hallaba dentro de ellos. Brando irrumpió violentamente el mismo año (1951) en que Clift apareció con la más delicadamente magistral exhibición de introspección de su carrera; ambos eran a una vez los pioneros y los mejores, y aunque Brando es el genio máximo de la actuación cinematográfica, y su Stanley Kowalski más shakespeareano que el Hamlet de Olivier, el George Eastman de Clift merece al menos todos los elogios que esta cinta ha recibido y seguirá recibiendo.
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