En 1953, el sorprendente Ernest Borgnine era uno de los villanos más odiados de la historia de las películas. Su papel en De aquí a la eternidad fue la culminación de una galería de fortachones zafios que el actor llenaba rotundamente, aunque de un modo decididamente anónimo --el perfecto ejemplo de la situación tipo "mira, otra vez este actor que es muy bueno haciendo este mismo tipo de personajes; su figura es inconfundible; su nombre, quién lo sabe."
En 1955, la productora de Burt Lancaster ayudó a cambiar dicha situación con el estreno de Marty. El talento de Borgnine brilló entonces singularmente, dejando constancia de la amplitud de su rango, y la contundencia con que podía efectuar su propia "redención", como antes de él Cagney o Bogart.
Escrita originalmente para la televisión por Paddy Chayevsky, Marty es algo realmente único: un superlativo fragmento de cotidianeidad que, después de tantos años, todavía retiene su encanto y puede tocar la fibra íntima del espectador gracias a la honestidad y sencillez con que observa una historia de amor en apariencia demasiado mínima para el cine. Además de Borgnine, su contraparte femenina, Betsy Blair, es ideal como la chica que todos ven poco agraciada excepto Marty y los espectadores. Y no sólo hay melodrama, sino también un logrado tono humorístico en determinadas escenas que es muy bienvenido. Así pues, Marty era una cinta que a mediados de los años cincuenta aspiraba a reflejar cierta realidad, y que consiguió algo mejor: reivindicar aquellos valores que siempre están fuera de moda o en manos de los fariseos de turno. Ésta es la razón por la cual Ernest Borgnine merece a su vez una reivindicación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario