Liberarse de su persona cinematográfica a los ojos de muchos espectadores, que lo seguían como a un nuevo Sidney Poitier, para encarnar a un villano tan incómodo, requirió de Washington una efectividad más que profesional. Alonzo Harris termina hecho un despojo agujereado sin pausa por la munición de sus enemigos, gente ni un tanto peor que él mismo. Harris había sido un apóstol del pragmatismo policial en unas calles siempre malas, peligrosas y confusas --malas, peligrosas y confusas debido a él mismo, más que a los criminales que eliminaba. El día que empieza y que abre la película, Harris tiene que predicar lo que hace, y su discípulo y eventual víctima es un novato llamado Jake Hoyt. El experimentado policía lo conduce por sus caminos habituales: el abuso, el robo, el asesinato. Hoyt (un admirable Hawke) se revela como un némesis de Harris, un Serpico redivivo. El muchacho sobrevive una jornada infernal de 24 horas, mientras el sistema que el malogrado Harris representaba continúa sin él. La incontestable eficiencia de este instrumento de la corrupción es recompensada con la misma sangre fría al terminar con su vida.
El retrato de Harris es carismático y denso, sin concesiones superficialistas. Antoine Fuqua dirige con engañosa, equívoca ligereza, estilo que Washington lleva a la perfección. Su interpretación es una acumulación de gestos tensos y sonrisas vulgares que logran su cometido: la erosión, la profundidad. No hay mucho espacio o tiempo para la diversión; a diferencia de un Travolta --brillante en lo suyo--, Washington está aun más interesado en lo que informa la personalidad del villano. Lo que justifica su constante justificarse, su discurso perennemente autoindulgente, su (como todas) imperfecta humanidad.
Harris oculta una bomba de tiempo bajo la piel, y uno casi puede verla. El peligro que acecha a Hoyt se convierte en la ficción de una amenaza para el espectador. Hawke comparte con Washington esta responsabilidad histriónica. Así como progresa nuestra percepción del veterano, cuando observamos al novato arrastrado hacia una tina de baño donde seguramente va a morir, Hawke ya tiene a la audiencia en sus manos. Brando diría que Hoyt es un rol (y la suya una historia) a prueba de actores. La verdad es que Hawke protagoniza momentos tan excelentes como los de su colega. Su emoción verosímil recuerda a Hoffman en Marathon Man o al ya mencionado Frank Serpico de Pacino. No hay más que ver las escenas en que Hoyt se niega a tomar el dinero del narcotraficante (Scott Glenn) y, luego, matarlo. El actor de Dead Poets Society y Alive posee en esos instantes quizá las mejores credenciales de toda su carrera.