martes, 16 de febrero de 2010

La Doña, soñada



Una de las máscaras más transparentes y enigmáticas de la historia del cine corresponde a una de sus actrices más míticas. Pero así como Brando, el hombre, no hubo de morir antes de inspirar toda una serie de variantes desde la camiseta marcada por la testosterona que lucía en Un tranvía llamado Deseo --James Dean fue sólo el primero--, su igual, María Félix, hubo de hacerlo para no poder ver a través de su mortalidad de mujer la clonación menos imperfecta que el celuloide le obsequió en su admiración agradecida. Tenía que ser una encarnación onírica, fabulosa, de aire y de agua, que es como alguna vez definió a la diva mexicana su compatriota Octavio Paz. Reencarnación absolutamente cinematográfica. A nadie se le ocurrió antes, ni siquiera al propio David Lynch.


No por nada, El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001) es una de sus películas más sorprendentes. En ella, Lynch proyecta la más fiel imagen o visión de la Doña que no es la Doña misma, sino una ex-Miss USA y ex-condesa europea que, además de ser actriz, también nació en México. No se llama Rita ni Camilla, ni Betty; quiero decir que ella sí tiene un nombre o lo recuerda (y quienes recuerdan la trama de El camino de los sueños, saben a qué me refiero). Laura Elena Harring, o Laura Harring, tal cual se lee en su web oficial. En la pesadilla lynchiana, la presencia morena, glamourosa de la señorita Harring significa por sí sola un conjuro; “concientemente” ligado a la leyenda de una mujer fatal tan icónica y casi tan latina como la Félix: Rita Hayworth. El texto de la película es totalmente irracional, si es que se lo considera exclusivamente desde este ángulo mitológico; y en aquél, la mencionada presencia de la Harring un equívoco unívoco. Ella, la cifra del abismo esquivo a la luz. (José Alfredo Jiménez la describió con una sencillez temeraria y exitosa, algo de lo que no creo ser capaz, hace mucho tiempo ya.)