lunes, 7 de septiembre de 2015

Marilyn en Don’t Bother to Knock (1952)


En esta valiosa película con apariencia de rutina melodramática, una pareja de maduros esposos (él es Jim Backus, el pusilánime padre de Jimmy Dean en Rebel Without a Cause) contrata a la sobrina (Marilyn Monroe, la superestrella en cierne de Niagara) del ascensorista (el gran Elisha Cook) del hotel en que se hospedan, como babysitter de su pequeña hija (la talentosa Donna Corcoran) durante la noche de una gala de premios. Lo que nadie se puede imaginar es que la descolorida Marilyn, con su cándida indefensión y su vulnerabilidad a flor de piel, sea capaz de transformar los ordinarios eventos en la más inesperada y absoluta pesadilla.


Dirigido con el control artesanal garantizado por el fasto de los aún rozagantes estudios (Twentieth Century Fox, en este caso), el thriller de nuestro comentario básicamente envuelve a una pareja de amantes desavenidos (Anne Bancroft y Richard Widmark) cuyo destino se cruza con el de una criatura perdida en el mundo, para trascender los límites de su asunto y superar cualquier expectativa convencional. Observe el lector/espectador, por ejemplo, la transición del plano donde Widmark deja caer los fragmentos de la carta que ha roto sobre otro de una Marilyn que, así, parece nacer de unos frágiles sueños de papel cual Blanche DuBois rediviva. Se trata, en realidad, y si se presta una mínima atención a los matices humanos, de una historia trágica en la misma línea poética de Tennessee Williams, por lo cual la extraña, virtuosa actuación (en la línea íntima, mimando la neurosis, del Actors Studio) de una Norma Jeane monstruosa e inerme, alternativamente o a un mismo tiempo, es su perfecto, engañosamente glamouroso recipiente. 5/5



"Nell Forbes"